La vergüenza llega hoy a su límite. Me preguntan, comento, cito nombres y noto cómo la sangre irriga mis mejillas en un proceso intenso y duradero, parece interminable, como si el corazón bombeara permanentemente y los fluidos jamás retornaran a las aurículas para oxigenarse. El rojo aumenta su tonalidad y desconozco la razón, ya es costumbre, es secuencia estímulo-respuesta.
Leo un fragmento en voz alta, para mi audiencia, para mis pares. ¿Pares en qué? ¿En jerarquía formal? La cadencia llega a su fin, mi voz se apaga tras vomitar un menjunje ajeno y miro la contratapa del libro, que parece haber sido salpicada por la lluvia. Las impresiones engañan: era el sudor de mis dedos, era la vergüenza brotando por los poros.
Todo lo que se suda ahí se queda, incluso la vergüenza. Es una forma de oxigenarse :-)
ResponderEliminarSaludos.